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CAP 8. PARTE 3. LA PASTORA Y CENICIENTA


En medio de esta embarazosa situación en la que tanto el sacerdote santo, el maldito primer ministro y el príncipe buscapleitos me miran con atención, Levina, que fruncía el ceño como si todo lo que viera le incomodara, finalmente bajó su taza de té y habló con una voz alegre.

— Oh, hermano mayor, ¿puedo ir al Palacio Imperial con mi hermana?

— Bien.

Mi hermano, que todavía me miraba, estuvo de acuerdo. Entonces, Levina y yo salimos de la lujosa terraza dejando atrás a los chicos con una atmosfera extraña.

Tengo mucha curiosidad sobre lo que sucede detrás de escena. Por cierto, ¿por qué me está agarrando la mano con tanta fuerza? ¡Me estás lastimando! ¿Cómo es que esta niña es tan fuerte?

— Levina.

— ...

— Levina, ¿a dónde vamos?

Levina, que tiraba de mí a ciegas mantenía la boca cerrada, miró de reojo a mi cara, mostrando sus ojos brillantes al color del mar. Luego respondió con palabras contundentes.

— Quiero ir a ver a mi padre.

Tiré el cebo y lo mordió con fuerza. Con mi mano fuertemente sostenida por Levina, avanzamos a través de los largos pasillos del lugar, las personas que pasaban nos lanzaban misteriosas miradas mientras nos abríamos camino en el silencio.

A diferencia de cuando iba caminando con mi hermano, estas no eran miradas favorables.

Hubo un momento en la que un grupo de damas nobles nos miró y susurró entre ellas.

No sé si Levina sintió la mirada desagradable hacia nuestra dirección. Si no lo sintiera, sería una tonta.

De todos modos, tan pronto como llegamos a la magnífica oficina en el segundo piso del espléndido palacio separado, quien estaba dormitando apoyado contra la ventana, no era otro que nuestro asistente.

Tan pronto como llegamos, el pobre ayudante se cayó de la silla sorprendido.

— ¿Qué están haciendo aquí, señoritas?

— ¡Voy a echar un vistazo!

El ayudante, que miraba a Levina gritando, como si estuviera viendo una especie de estrella, parpadeó y me miró.

Dije en voz baja con una sonrisa de tristeza.

— Lamento haberte molestado. Solo queremos...

— Oh, no, no lo es. La hija del Duque no necesita decir nada más. Solamente... No toquen ningún documento. Entonces, uh, haré que traigan algo de té.

En cuanto el ayudante, que parecía sonreír amablemente, se rascó la cabeza y se marchó, Levina, que había estado apretando sus manos con fuerza, se acercó de repente al espacioso escritorio.

El escritorio, que tenía una montaña de documentos, libros, plumas y botes de tinta, estaba en perfecto orden, pero en poco tiempo todo se vino abajo como un barco naufragando.

Solo me quedé de pie cerca de la puerta con los ojos y la boca abierta, Levina, que pronto terminó con sus asuntos, se giró hacia mí y sonrió.

Era una sonrisa como si me dijera que estábamos jugando una especie de divertido juego secreto. Luego escupió.

— Voy al baño.

Y salió corriendo de la oficina con la rapidez de una bala que no me dio tiempo de detenerla.

Me quedé solamente yo, estuve firmemente rígido por un momento, pero finalmente, incapaz de soportar más, agarré mi estómago y comencé a reír como loco, matando el sonido.

¡Jajajaja! ¡Muy divertido! ¡Es tan divertido! ¡Es tan gracioso que las lágrimas se van a derramar!Obviamente, Levina tenía el deseo de llevarme a la oficina de mi padre, pero no le respondí. Ni siquiera he dicho que esta es la oficina de mi padre.Esta oficina magníficamente diseñada de una manera genial pero ordenada.

Es de nuestro terrible Canciller, la oficina de nuestro hermano. Sinceramente ni siquiera sé en dónde está la oficina de padre.

Bueno, ¿por qué no hacemos que la acción de Levina sea más efectiva?Me las arreglé para dejar de reír y jadear y me acerqué al escritorio desordenado.

Tomé una botella de tinta y derrame su contenido sobre las hojas de papel blanco, las letras perfectamente escritas se mancharon de negro.

Lo siento, hermano. Esto seguramente te hará pasar un terrible momento.

Para cuando el elegante escritorio del canciller estaba en el mismo estado que un infierno después de un accidente, finalmente dejé caer el tintero en el suelo, lo rompí y puse mis dedos al rededor de los cristales rotos.

Uff, es doloroso. Luego retrocedí hacia la pared y me derrumbé, sosteniendo mi mano ensangrentada.

No voy a hablar de la terrible escena con la que se encontró el pobre ayudante, que regresó con un té y un plato de refrigerios simples.


FINAL DEL VOLUMEN I

 


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